sábado, 5 de febrero de 2011

Cuba: El preso político y el Pastor-carcelero

por Armando F. Valladares

 

03 de febrero de 2011

 

Foto: Pedro Arguelles Morán

 

Cuando hace algunos meses un grupo de presos políticos partió hacia España, agencias de noticias atribuyeron el "milagro" al cardenal de La Habana; pero los presos políticos, llegando a España, mostraron que todo no pasaba de un esfuerzo de la dictadura para desarticular y descabezar la oposición cubana.

 

El jueves 20 de enero en la Prisión de Seguridad de Canaleta, provincia de Ciego de Ávila, se vivió un acontecimiento inédito. El preso político Pedro Arguelles Morán, un periodista independiente condenado a 20 años de cárcel, fue llevado al escritorio del Jefe de la Prisión, donde éste lo aguardaba junto con el “reeducador” ideológico y un psicólogo.

 

Los tres intentaron convencer a Arguelles para que se fuera de Cuba cuanto antes y que, para ello, las puertas de la cárcel estaban abiertas de par en par. El preso político, con la voz, con el rostro y con el físico debilitado por siete años de cárcel, pero con una voluntad de hierro, respondió que por el hecho de ser inocente y de haber sido injustamente condenado, sin lugar a dudas tenía el derecho de salir de la cárcel; pero que también, por ser cubano, tenía el derecho de quedarse en su propia Patria para luchar pacíficamente por la libertad.

 

Los carceleros, inquietos, entraban y salían del despacho del Jefe de la Prisión, y hacían llamadas telefónicas. De repente, uno de ellos entró y dijo que el Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, quería hablar con él por teléfono. La respuesta del preso político fue breve y clara: “Díganle al cardenal que si no me llama para decirme que me voy libre para mi casa, que no lo haga”.

 

¿Cómo se entiende ese repentino y paradójico interés de los propios carceleros, encargados hasta ahora de mantener las prisiones abarrotadas de presos políticos, de vaciarlas lo más rápido posible, con la única condición de que se vayan de Cuba?

 

El deterioro social de Cuba ha llegado a tal punto, que el régimen teme que pueda producirse una explosión de la población en las calles, una especie de “cairización” de La Habana y otras ciudades de Cuba.

 

Invariable y solícito colaborador del régimen, el Cardenal Ortega ofreció sus servicios al dictador Raúl Castro, para articular con el gobierno socialista español la salida al destierro de los presos políticos considerados más emblemáticos y “peligrosos” para el régimen, abriendo de esa manera algunas válvulas de la olla de presión social.

 

Fue así que un grupo de presos políticos partió hacia España. Importantes agencias de noticias atribuyeron el “milagro” al Cardenal de La Habana. Pero los presos políticos, llegando a España, mostraron que todo no pasaba de un esfuerzo de la dictadura para desarticular y descabezar la oposición cubana.

 

Fue sin duda un bochorno para el Cardenal. Su papel en esta maniobra, colaborando de esa manera con los carceleros castristas, lo transforma a él mismo en un Pastor-carcelero, y así podrá pasar a la Historia.

A comienzos de 1995, se entregó en la Secretaría de Estado del Vaticano una súplica de personalidades representativas del destierro cubano, titulada: Los cubanos desterrados apelan a Juan Pablo II - Santidad, ¡protegednos de la actuación del Cardenal Ortega!

 

Esa dramática carta fue publicada el 24 de octubre de 1995, fiesta de San Antonio María Claret, antiguo Arzobispo de Santiago de Cuba, en el Diario Las Américas, de Miami. Y no podía tener más actualidad: ella describe la paradójica situación de un Pastor-carcelero que, al contrario de dar la vida por sus ovejas, hace todo lo posible para ayudar a los Lobos y asfixiar al rebaño.

 


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