martes, 23 de agosto de 2011

Presentación de la nueva edición del libro “CONTRA TODA ESPERANZA

INTERAMERICAN INSTITUTE FOR DEMOCRACY

LATIN AMERICAN AND CARIBBEAN CENTER- FIU

DIARIO LAS AMERICAS

 

Invitan a Ud. a la presentación de la nueva edición del libro “CONTRA TODA ESPERANZA”

 

 

del escritor cubano

ARMANDO VALLADARES

 

A CARGO DEL SENADOR MARCO RUBIO

 

el jueves 25 de Agosto, a las 6:00pm

 

Armando Valladares es pintor, poeta, escritor y defensor de los derechos humanos. Pasó 22 años en las cárceles políticas de Fidel Castro. Adoptado por Amnistía Internacional como prisionero de conciencia. Miembro de honor del Pen Club Sueco y el Francés que le concedió el premio Libertad. Embajador de EE.UU. ante la Comisión de los Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. El presidente Ronald Reagan le concedió la Medalla Presidencial del Ciudadano. Actualmente es miembro del Consejo Consultivo del Interamerican Institute for Democracy.

 

Programa:

 

1. Palabras del Dr. Guillermo Lousteau, Presidente del Interamerican Institute for Democracy.

 

2. Presentación del libro a cargo del Senador Marco Rubio.

 

3. Palabras del autor.

 

4. Firma de autógrafos.

 

La presentación se llevará a cabo en la Casa Bacardi, en el Instituto de Estudios Cubano y Cubano-Americanos de la Universidad de Miami, 1531 Brescia Avenue, Coral Gables, FL

 

La exposición será en español.

 

Por favor confirmar su asistencia no más tarde del miércoles 24 de Agosto al Interamerican Institute for Democracy.

 

Tel. 786-8884801

Fax 305 631 6907

iid@intdemocratic.org  

 

www.intdemocratic.org


martes, 12 de abril de 2011

Beatificación de Juan Pablo II y Cuba: dilema de conciencia para los católicos cubanos

No me consta que durante el proceso de beatificación de este Pontífice se hayan dado a conocer públicamente interrogaciones sobre su pensamiento con relación al comunismo cubano, pensamiento que inclusive parece ir más allá del campo diplomático y adentrarse en el plano doctrinario; de ahí la necesidad de conciencia de exponer, de la manera más respetuosa y filial posible, las presentes reflexiones

 

por Armando F. Valladares

10 de abril de 2011

 

La anunciada beatificación de S.S. Juan Pablo II, prevista para realizarse el próximo 1o. de mayo, coloca en un dilema de conciencia sin precedentes a muchos fieles católicos cubanos que por causa de su Fe, de la veneración por su Patria y del amor por sus familias se oponen al comunismo. En efecto, esos fieles católicos ven con perplejidad y con el corazón dilacerado todo aquello que el referido Pontífice habría hecho en algunas circunstancias, y dejado de hacer en otras, para favorecer directa o indirectamente al comunismo cubano.

 

Cito a continuación, resumidamente, algunos ejemplos que tuve ocasión de comentar extensamente, a lo largo de los años, en diversos artículos sobre la colaboración eclesiástica con el comunismo en la isla-cárcel; y solicito anticipadamente la comprensión de los lectores. Lo hago en cuanto fiel católico y en cuanto cubano, con todo el respeto posible hacia la Iglesia,  dispuesto a oír y a analizar eventuales explicaciones de fuentes debidamente autorizadas, que hasta el momento no son de mi conocimiento, sobre los dolorosos hechos históricos que se consignan sucintamente a continuación.

 

El 8 de enero de 2005, al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador cubano, Juan Pablo II, pronunció una alocución elogiando las “metas” que las “autoridades cubanas” habrían supuestamente obtenido en materia de salud, educación y cultura. En realidad, se trata de una siniestra trilogía que el régimen ha utilizado como instrumento, durante más de medio siglo, para corromper las conciencias de generaciones enteras de cubanos desde su más tierna edad, provocando un genocidio espiritual sin precedentes en la historia de la Iglesia en las Américas.

 

No obstante, Juan Pablo II, en la misma alocución, insistió en sus elogios llegando a aseverar que mediante esa trilogía las “autoridades” de Cuba - o sea, los miembros del régimen castrista -  colocarían “pilares del edificio de la paz” e incentivarían el “crecimiento armónico del cuerpo y de espíritu. Con lo cual el Pontífice pareció ignorar que Fidel Castro, el Che Guevara y sus secuaces, en nombre de esa trilogía, provocaron la destrucción y la muerte, “del cuerpo y del espíritu”, de tantas personas en tantos países de América Latina, África y Asia.

 

El elogio al comunismo y a los integrantes de la dictadura castrista no habría podido ser mayor. Para los cubanos que han sentido y continúan sintiendo en su propia carne la obra destructora de la revolución comunista en su Patria, las referidas consideraciones papales resultan particularmente dolorosas, y sinceramente no consigo vislumbrar cómo justificarlas. Esas consideraciones, que van más allá de las más benévolas fórmulas de cortesía diplomáticas, vistas desde una perspectiva histórica, alcanzan de lleno y hasta laceran la memoria de aquellos jóvenes mártires católicos cubanos que murieron en los paredones de fusilamiento gritando “¡Viva Cristo Rey! ¡Abajo el comunismo!”

 

En la misma alocución, una de las más importantes sobre Cuba en su largo Pontificado, el reconocimiento de Juan Pablo II se extendió a un alegado “espíritu de solidaridad” del internacionalismo cubano, que se manifestaría en el “envío de personal y recursos materiales” a otros pueblos por ocasión de “calamidades naturales, conflictos o pobreza”.  En realidad, como se acaba de recordar, lejos de reflejar un espíritu de “solidaridad” cristiana, el internacionalismo comunista colocó a Cuba en el triste papel de exportador de conflictos en América Latina, África y Asia, con “personal y recursos materiales” utilizados no para solucionar conflictos o disminuir la pobreza, sino para exacerbarlos, suscitando guerrillas que, a su vez, contribuyeron a provocar sangrientas calamidades peores que las de la naturaleza. En realidad, el internacionalismo cubano contribuyó a hundir naciones en la  peor “pobreza” material y espiritual, algo que históricamente resultó diametralmente lo contrario de sacarlas de esa triste condición.

 

Para Cuba comunista, el modelo “solidario” internacionalista tuvo como una de sus principales figuras al guerrillero argentino-cubano Ernesto Che Guevara, quien llegó a afirmar que el “odio” es un motor capaz transformar al revolucionario en “una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. Por ello, la alusión papal a ese supuesto “espíritu de solidaridad” del internacionalismo cubano no puede dejar de producir consternación (cf. A. Valladares, “Juan Pablo II, Cuba y un dilema de conciencia”, Diario Las Américas, Miami, 15 de enero de 2005).

 

En la referida alocución, S.S. Juan Pablo II no citó al Che Guevara. Pero sí ya lo había hecho en enero de 1998, en breves palabras elogiosas y hasta laudatorias, en el avión que lo conducía a Cuba. En conversación informal con los periodistas, consultado respecto de su pensamiento sobre el Che Guevara, dijo textualmente el referido Pontífice: “Dejemos a Él, al Señor nuestro, el juicio sobre sus méritos. Ciertamente, yo estoy convencido de que quería servir a los pobres” (Vatican Information Service, “Los periodistas entrevistan al Papa durante el vuelo a Cuba”, Ciudad del Vaticano, 21 de enero de 1998).

 

La fuente informativa, la propia agencia de noticias de la Santa Sede, no podía ser más oficial, y ello hace que las palabras del Pontífice causen especial desazón. ¿Cómo un árbol malo podría concebir buenos frutos como, por ejemplo, el cristiano servicio a los más pobres y desamparados? (cf. San Mateo 7,18) ¿Por ventura no fue Guevara un “satánico azote” - según certera expresión de S.S. Pío XI al referirse al comunismo - para Cuba y para tantos otros países, promoviendo revoluciones sangrientas que perjudicaron especialmente a los más pobres, precisamente a aquellos a quienes el Pontífice afirma que Guevara quería servir? (cf. A. Valladares, “Monseñor Céspedes: Juan Pablo II y el Che Guevara”, Diario Las Américas, Miami, 26 de junio de 2008).

 

Por una lamentable coincidencia, esas declaraciones elogiosas al Che Guevara fueron hechas por Juan Pablo II precisamente cuando el avión que lo llevaba a la Habana pasaba frente a las costas de la Florida, donde se concentra el mayor número de cubanos desterrados. Las referidas declaraciones resultaron de esa manera especialmente desgarradoras, del punto de vista espiritual, para esos desterrados cubanos que se vieron obligados a abandonar su Patria por causa de la persecución comunista. Desterrados cubanos que no pudieron dejar de recordar que 11 años antes, por ocasión de la visita de Juan Pablo II a Miami,  se sintieron abandonados espiritualmente cuando el Pontífice no visitó en esa ciudad la tan simbólica Ermita de la Caridad del Cobre, no recibió a una delegación representativa del destierro que le solicitó audiencia y pareció no ver las decenas de miles de banderitas cubanas, ondeadas por cubanos desterrados que fueron a saludarlo en los actos públicos, y que esperaron en vano una palabra de consuelo para sí mismos, para sus familias y para su querida Patria esclavizada.

 

Los rayos, relámpagos y centellas que interrumpieron la más importante y concurrida de esas celebraciones por ocasión de la visita a Miami de Juan Pablo II contribuyeron a formar un marco trágicamente apropiado para interpretar el sentimiento de abandono que sintieron esas decenas de millares de desterrados cubanos por el hecho de no haber oído una palabra de consuelo del Pontífice ante la tragedia de su Patria amada y ante sus propias tragedias personales y familiares. 

 

De la recepción brindada al dictador Castro en Roma, en 1996, y del posterior viaje de Juan Pablo II a Cuba, en 1998, mucho se podría comentar, y de hecho se comentó, del punto de vista de los enormes dividendos publicitarios y diplomáticos obtenidos por el régimen de La Habana. Opto entonces por destacar aquí, del viaje a Cuba, algunos aspectos poco o nada comentados de sus importantes alocuciones. Me baso en el estudio “Cuba comunista después de la visita papal”, editado en 1998 por la Comisión de Estudios Por la Libertad de Cuba, de Miami.

 

En La Habana, en una de sus alocuciones, después de lanzar la discutible premisa de un “diálogo fecundo” entre creyentes y no creyentes, o sea, con los comunistas cubanos, Juan Pablo II hizo un llamado a encontrar una “síntesis” cultural por el hecho de que supuestamente las partes en proceso de “diálogo” tendrían “una finalidad común”, la de “servir al hombre”.

 

Con toda la veneración y el respeto debidos, no se comprende cómo pueda darse una “síntesis” entre elementos totalmente antagónicos e incompatibles como lo son los principios de la fe católica y los de la anticultura marxista. ¿Cómo sería posible una “síntesis” entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre Jesucristo de un lado, y Carlos Marx, el Che Guevara y Fidel Castro del otro?

 

Tampoco resulta posible comprender la afirmación de Juan Pablo II de que la Iglesia y las “instituciones culturales” del sistema comunista cubano puedan tener una “finalidad común” al servicio de progreso espiritual de los cubanos, como si la “finalidad” del régimen no hubiese sido la de aplicar todos sus esfuerzos, de manera metódica, durante cuarenta años, para destruir el “alma cristiana”; o sea, una “finalidad” que no solamente no es común, sino que es diametralmente lo contrario.

 

Otro aspecto del Pontificado de Juan Pablo II que provocó perplejidad y desazón en innumerables cubanos fue la serie de pedidos de perdón por aquello que el Pontífice consideró como pecados pasados y presentes de los hijos de la Iglesia, en los cuales, sin embargo, no fue posible encontrar la más mínima referencia a la connivencia ideológica y a la complicidad estratégica de tantos eclesiásticos con el comunismo en Cuba, y también en otros países del mundo, por acción u omisión, durante décadas (cf. A. Valladares, “El pedido de perdón que no hubo: la colaboración eclesiástica con el comunismo”, Diario Las Américas, Miami, 22 de marzo de 2000).

 

En ese sentido, Juan Pablo II apoyó, durante todo su largo Pontificado, a los colaboracionistas Obispos cubanos, especialmente por ocasión del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, en 1986. En mensaje trasmitido por el Cardenal Pironio, Juan Pablo II manifestó su “merecido reconocimiento” al extenso documento de trabajo, en el cual se planteaba como meta una inédita y osada “síntesis vital” comuno-católica, reafirmada en el documento final; y nombró cardenal al arzobispo de La Habana, Monseñor Jaime Ortega y Alamino, uno de los mayores artífices del proceso de acercamiento comuno-católico en Cuba.

 

En esta relación de ejemplos de favorecimiento de Juan Pablo II al comunismo cubano, directa o indirectamente, con palabras, obras y omisiones, menciono, finalmente, en orden cronológico, tres filiales y reverentes cartas de cubanos desterrados a Juan Pablo II que, lamentablemente, quedaron sin respuesta, las tres firmadas por decenas de personalidades representativas del destierro cubano. En 1987, en Miami, por ocasión de la visita de Juan Pablo II a esa ciudad: “¡Santo Padre, liberad a Cuba!” (Diario Las Américas, Miami, 7 de agosto de 1987). En 1995, en Roma: “Los cubanos desterrados apelan a Juan Pablo II: ¡Santidad, protegednos de la actuación del Cardenal Ortega!” (Diario Las Américas, Miami, 24 de octubre de 1998). Y en 1999, también en Roma: “¡Santo Padre, rescatad del olvido a los mártires cubanos, víctimas del comunismo!” (Diario Las Américas, Miami, 21 de septiembre de 1999).

 

Me consta que, por ocasión del proceso de beatificación de Juan Pablo II, personalidades católicas manifestaron públicamente su perplejidad por palabras, obras y omisiones de Juan Pablo II en el campo religioso. Pero no me consta que durante el curso de ese proceso de beatificación se hayan planteado públicamente interrogaciones sobre el pensamiento de este Pontífice con relación al comunismo cubano, pensamiento que inclusive parece ir más allá del campo diplomático y adentrarse en el plano doctrinario. De ahí la necesidad de conciencia de exponer, de la manera más respetuosa y filial posible, las presentes reflexiones.

 

En este sentido, sinceramente no vislumbro cómo los católicos cubanos de dentro y fuera de la isla, que concordaron con las tesis de mis artículos, pero especialmente con los brillantes análisis y comentarios de otros compatriotas en la misma línea, puedan ver a Juan Pablo II como un ejemplo a ser seguido e imitado, por causa del tratamiento que dio al problema del comunismo en nuestra Patria, según se mostró en los párrafos anteriores.

 

Sé que en los procesos de beatificación los teólogos escudriñan los escritos de aquellos candidatos a ser beatificados. Es posible que esos teólogos hayan analizado los textos de Juan Pablo II que acabo de citar y de comentar respetuosa y filialmente. Si así lo hicieron, quiera Dios que los católicos cubanos podamos tomar conocimiento de esas sabias explicaciones. De otra manera, el dilema de conciencia no hará sino aumentar, porque ¿cómo comprender entonces que un Pontífice que tanto hizo por el comunismo cubano, llegue a ser proclamado Beato de la Iglesia? Pido y hasta suplico que los tan delicados dichos y hechos arriba citados de S.S. Juan Pablo II sean debidamente aclarados y explicados. De otra manera, la beatificación de Juan Pablo II, anunciada para el próximo 1o. de mayo, podrá estar indeleblemente marcada por el signo de la perplejidad, de la contradicción y de la confusión.

 

En cuanto fiel católico cubano, creo que tengo no solamente el derecho, sino la obligación de conciencia de dar a conocer estas consideraciones. Ya lo he dicho, y lo reitero en esta dramática coyuntura. Tengo un compromiso con aquellos jóvenes mártires católicos que murieron en la siniestra prisión de La Cabaña gritando “¡Viva Cristo Rey! !Abajo el comunismo!”; con mis amigos asesinados en la prisiones; con la lucha por la libertad de mi Patria; con la Historia; y, por encima de todo, con Dios y la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. El análisis de la vida y la muerte de cualquier ser humano, por extraordinaria que haya podido ser, no debería borrar, cambiar, alterar o ignorar las consecuencias de los actos que eventualmente practicó.

 

E-mail: armandovalladares2011@gmail.com (para enviar al autor sugerencias, opiniones, pedidos de remoción, etc.)


martes, 5 de abril de 2011

Dios los crea y el diablo los junta

por Armando Valladares

 

3 de abril de 2011

 

El Vicario de Trípoli, Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli denunció la muerte de 40 civiles a consecuencia del bombardeo de los aviones de los aliados.

 

Es la primera vez que una fuente distinta del gobierno Libio denuncia la muerte de civiles en los ataques aéreos de la OTAN.

 

Declaró Martinelli (con sorna) que “los bombardeos humanitarios han causado la muerte de decenas de civiles en algunos barrios de Trípoli” (textual). Sigue diciendo que los aliados han bombardeado hospitales y edificios de civiles. Indudablemente que estas declaraciones son aplaudidas por Gadafi.

Sin embargo, el periódico español El País reporta “que pese a las informaciones del representante  del  Vaticano, los periodistas que se encuentran en la zona no han podido constatar esta  información. Desde que comenzaron los bombardeos de la coalición—sigue diciendo El País—los reporteros internacionales alojados en Trípoli han insistido en que se les muestren las víctimas civiles de los ataques aliados, pero el régimen no ha mostrado todavía ninguna” (textual de El País). Esto lo informa Álvaro de Cozar, reportero de ese diario en Trípoli.

 

Gadafi ha estado denunciando la “masacre” de los aliados a los civiles, pero hasta ahora no han aparecido las víctimas. El “único” que las ha “visto” ha sido el representante del Vaticano.

 

Por su parte la OTAN inició una investigación y un portavoz de la Alianza Atlántica ha reiterado que no tienen hasta ahora información que pueda confirmar lo relatado por el Vicario de Trípoli.

 

No sería raro e inusual  que los bombardeos produzcan víctimas civiles. Desafortunadamente eso pasa en las guerras y es triste y lamentable.

 

Es interesante señalar que la sensibilidad de Monseñor Martinelli (en la foto) NO  se despertó para denunciar los cientos de civiles masacrados por Gadafi, no denunció el ametrallamiento de  la población civil, masacre ésta que estremeció la opinión pública mundial y que motivó que los países de la OTAN decidieran intervenir para frenar el genocidio de Gadafi.

 

Cuando esto ocurría, guardó silencio. Un silencio cómplice, digo yo...el representante del Vaticano no levantó su voz...ni una palabra, ni una frase. Ni una oración...Él solo denuncia los “muertos”, que hasta ahora nada más que él y Gadafi han visto, y atribuidos a los bombardeos de la coalición. Los que Gadafi asesina no merecen sus denuncias, es como si no fueran también seres humanos.

 

Ayer Monseñor Martinelli reclamó: “Una salida digna para Muamar el Gadafi”. Quizás esta declaración enérgica del representante del Vaticano sirva para que los lectores mediten en su actitud y saquen sus propias conclusiones.

 


Jimmy Carter: Agente de influencia del castrismo

por Armando Valladares

 

31 de marzo de 2011

 

La DGI cubana (servicio de inteligencia de los comunistas) tiene diferentes clasificaciones para los que colaboran o simpatizan con la Revolución Cubana fuera de Cuba.

 

Están los agentes activos, los agentes dormidos o sembrados, listos para “despertar” cuando los comunistas requieran sus servicios y entre otros más, están los llamados agentes de influencia.  Sobre estos quiero centrar mis observaciones.

 

Los agentes de influencia deben ser intelectuales, profesores universitarios, periodistas, políticos, artistas etc., personas que tengan la posibilidad de llegar a la opinión pública a través de la radio, TV o la prensa escrita o cualquier otro medio.

 

El agente de influencia es aquel que defiende los intereses de la tiranía castrista, que sirve como caja de resonancia a la propaganda oficial, que repite las consignas del régimen casi siempre desde una cobertura de persona demócrata, amante de la libertad, respetable, con nombre, condiciones estas que hacen más efectivo el trabajo del agente de influencia.

 

Los agentes de influencia no cobran por sus servicios a la Revolución. Son muchas las motivaciones que inspiran esa decisión de colaborar con los comunistas: frustraciones políticas que compensan “pasándole la cuenta” a la sociedad norteamericana (el caso de McGovern) frustraciones personales, simpatías por la revolución, en fin muchas son las razones.

 

Como no cobran, el régimen cubano tiene atenciones con ellos. Pueden visitar Cuba sin problemas; los invitan a congresos, les publican artículos en Granma y Juventud Rebelde, y como inconmensurable y sublime orgasmo, les permiten a los pocos elegidos, saludar al tirano octogenario.

 

Quienes en el exterior defienden esos  intereses supremos de la revolución cubana, tales como el levantamiento del embargo económico, que piden quiten a Cuba de la lista de países terroristas, que liberen a los cinco espías y criminales cubanos que cumplen prisión en EEUU, y que se eliminen las restricciones de viajes a los norteamericanos. Los que plantean eso, son absolutamente, sin duda alguna, lo que la DGI cubana llama Agentes de Influencia. No tienen un carnet ni han pedido de manera oficial trabajar para la revolución, ellos mismos se clasifican por el trabajo que realizan. El agente de influencia, brota espontáneamente.

 

Por eso quiero decir que el ex-presidente de EEUU Jimmy Carter es uno de esos agentes de influencia del gobierno comunista de Cuba.

 

Un día cuando Cuba vuelva a ser una país democrático, trataremos de hacer un gran parque, con un muro donde aparecerán los nombres de todos los políticos, intelectuales, artistas, etc.; traidores a la libertad de Cuba. De todos los que han apoyado las torturas y los crímenes de los Castro, de todos los que han servido  a la tiranía con su silencio cómplice y su insensibilidad.  Será el “muro de la infamia” y allí estará el nombre de Jimmy Carter entre otros miles.

 


sábado, 5 de febrero de 2011

Cuba: El preso político y el Pastor-carcelero

por Armando F. Valladares

 

03 de febrero de 2011

 

Foto: Pedro Arguelles Morán

 

Cuando hace algunos meses un grupo de presos políticos partió hacia España, agencias de noticias atribuyeron el "milagro" al cardenal de La Habana; pero los presos políticos, llegando a España, mostraron que todo no pasaba de un esfuerzo de la dictadura para desarticular y descabezar la oposición cubana.

 

El jueves 20 de enero en la Prisión de Seguridad de Canaleta, provincia de Ciego de Ávila, se vivió un acontecimiento inédito. El preso político Pedro Arguelles Morán, un periodista independiente condenado a 20 años de cárcel, fue llevado al escritorio del Jefe de la Prisión, donde éste lo aguardaba junto con el “reeducador” ideológico y un psicólogo.

 

Los tres intentaron convencer a Arguelles para que se fuera de Cuba cuanto antes y que, para ello, las puertas de la cárcel estaban abiertas de par en par. El preso político, con la voz, con el rostro y con el físico debilitado por siete años de cárcel, pero con una voluntad de hierro, respondió que por el hecho de ser inocente y de haber sido injustamente condenado, sin lugar a dudas tenía el derecho de salir de la cárcel; pero que también, por ser cubano, tenía el derecho de quedarse en su propia Patria para luchar pacíficamente por la libertad.

 

Los carceleros, inquietos, entraban y salían del despacho del Jefe de la Prisión, y hacían llamadas telefónicas. De repente, uno de ellos entró y dijo que el Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, quería hablar con él por teléfono. La respuesta del preso político fue breve y clara: “Díganle al cardenal que si no me llama para decirme que me voy libre para mi casa, que no lo haga”.

 

¿Cómo se entiende ese repentino y paradójico interés de los propios carceleros, encargados hasta ahora de mantener las prisiones abarrotadas de presos políticos, de vaciarlas lo más rápido posible, con la única condición de que se vayan de Cuba?

 

El deterioro social de Cuba ha llegado a tal punto, que el régimen teme que pueda producirse una explosión de la población en las calles, una especie de “cairización” de La Habana y otras ciudades de Cuba.

 

Invariable y solícito colaborador del régimen, el Cardenal Ortega ofreció sus servicios al dictador Raúl Castro, para articular con el gobierno socialista español la salida al destierro de los presos políticos considerados más emblemáticos y “peligrosos” para el régimen, abriendo de esa manera algunas válvulas de la olla de presión social.

 

Fue así que un grupo de presos políticos partió hacia España. Importantes agencias de noticias atribuyeron el “milagro” al Cardenal de La Habana. Pero los presos políticos, llegando a España, mostraron que todo no pasaba de un esfuerzo de la dictadura para desarticular y descabezar la oposición cubana.

 

Fue sin duda un bochorno para el Cardenal. Su papel en esta maniobra, colaborando de esa manera con los carceleros castristas, lo transforma a él mismo en un Pastor-carcelero, y así podrá pasar a la Historia.

A comienzos de 1995, se entregó en la Secretaría de Estado del Vaticano una súplica de personalidades representativas del destierro cubano, titulada: Los cubanos desterrados apelan a Juan Pablo II - Santidad, ¡protegednos de la actuación del Cardenal Ortega!

 

Esa dramática carta fue publicada el 24 de octubre de 1995, fiesta de San Antonio María Claret, antiguo Arzobispo de Santiago de Cuba, en el Diario Las Américas, de Miami. Y no podía tener más actualidad: ella describe la paradójica situación de un Pastor-carcelero que, al contrario de dar la vida por sus ovejas, hace todo lo posible para ayudar a los Lobos y asfixiar al rebaño.

 


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